Volvemos
a la realidad habitual, la alegría se desvanece, vuelve la oscuridad a las
calles, amor, paz y comprensión quedan archivados hasta el invierno próximo y
volvemos a ser lo que se supone que debemos ser, no lo que nos gusta ser.
Escondemos
nuevamente nuestra inocencia y hacemos callar al niño que somos por dentro. Dejamos
de desear en voz alta felicidad a nuestros vecinos; socialmente es incorrecto
hacerlo fuera de fechas.
Por
eso algunos aprovechamos estos días para vivir sin disimular. Gritamos al mundo
nuestros de deseos de felicidad, iluminamos todos los rincones de la casa y
expandimos libremente nuestro amor. Reímos como los niños que somos. Sabemos
con seguridad absoluta que el mundo es mejor de lo que nos dicen porque lo
mueve la magia, la bondad y la alegría.
Dicen
que la Navidad es una fantasía y lo demás la realidad cotidiana, pero hay quien
piensa que debe ser al revés: que la Navidad es la realidad profunda de la vida
todos los días y la “No Navidad” es una ficción que, por alguna razón, hemos
elegido creer.
Dijo
aquel poeta*: "la barca del amor, se estrelló contra la vida
cotidiana".
Pues
yo pienso seguir navegando.
* Vladimir Mayakovski
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